El mejor inicio para la vida

La Naturaleza ha dispuesto que cuando inmediatamente después del nacimiento, se coloca al recién nacido desnudo, después de secarlo, sobre el cuerpo desnudo de su madre, permanece alerta y sigue un comportamiento bien definido, para vincularse con ella en el inicio de una nueva etapa.

El contacto piel con piel inmediatamente después de nacer ayuda al bebé a calmarse, porque siente el calor y el olor de su madre, escucha el latido de su corazón, el mismo que ha escuchado en la tranquilidad del embarazo.

Oye la voz que ha oído desde meses antes, pero ahora puede ver el rostro a quien pertenece y reconoce en él a su madre y crea una conexión fuerte con ella, lo que se denomina apego, esa necesidad básica de permanecer cerca de ella, que lo hace sentir seguro y sienta los cimientos para su futura vida emocional.

El contacto piel con piel inmediato después del nacimiento ayuda al bebé a mantenerse calentito, pues el pecho de la madre ha sido preparado por las hormonas del parto aumentando su temperatura para recibirlo y protegerlo del frío.

El contacto piel con piel despierta en el recién nacido los reflejos – respuestas automáticas – de la lactancia. El olor y la visión del pecho de la madre lo guían para llegar por sí mismo a mamar en forma espontánea, generalmente dentro de las dos primeras horas de vida. Con la primera leche, llamada calostro, no solo toma todo lo que necesita para satisfacer sus necesidades, sino que refuerza su sistema de defensa contra las enfermedades. Y es que ¡los niños están hechos para mamar y la leche materna es mucho más que un alimento!

El contacto piel a piel y el amamantamiento temprano ayudan también a la madre a sentirse más tranquila y a reforzar el lazo afectivo con su bebé; activan el comportamiento maternal, facilitando la crianza; determinan un mayor potencial de producción de leche para lograr una lactancia exitosa y disminuyen la posibilidad de una depresión postparto.

Amor, calor, protección y lactancia, todo ocurriendo por primera vez, en un espacio corto en tiempo, pero grande en importancia, necesario para la supervivencia óptima y, como dice Michel Odent, “para el desarrollo de nuestra capacidad de amar”, de amarnos a nosotros mismos, de amar a los demás y de amar a la Naturaleza.

 

Milagro Raffo Neyra
Pediatra y Neonatóloga
RNE N° 3755