El sueño, como otros hitos del desarrollo del niño (sentarse, gatear, caminar) madura con el tiempo. La duración diaria del sueño, aunque es muy variable de un niño a otro, disminuye con la edad. Un recién nacido suele dormir entre 16 y 18 horas por día y un bebé de 6 meses, de 13 a 14 horas diarias en total, incluyendo las siestas diurnas. Sin embargo, a pesar de que los bebés y niños pequeños duermen muchas horas al día, se despiertan frecuentemente.
Estos despertares frecuentes son precisamente para mamar y tienen sus razones:
- Primero, el estómago de los bebés es muy pequeño y se llena rápidamente con poco volumen
- Segundo, se vacía rápidamente, porque la leche materna se digiere fácilmente
- Tercero, su ciclo completo de sueño dura apenas 60 minutos.
Por ello se considera normal que, por ejemplo, un recién nacido despierte cada hora o cada hora y media para mamar. Y lo hará de día y de noche, porque los seres humanos no distinguen entre el día y la noche hasta los 3 a 6 meses de edad.
Es importante tener en cuenta que las mamadas frecuentes:
- Aumentan la producción de leche (recordemos que, a mayor succión, mayor producción), así el bebé consigue la leche suficiente para crecer y desarrollar.
- Determinan que haya contacto frecuente con la madre, pues tiene que cargarlo para amamantarlo y brindarle el estímulo y la seguridad que necesita y que repercutirá positivamente en su vida adulta.
- Estimulan la producción de prolactina, hormona que provoca cierta somnolencia en la madre, quien puede así descansar cuando el niño duerme.
Las mamadas nocturnas parecen tener también sus objetivos porque:
- Aumentan la hormona prolactina que estimula la producción de leche e inhibe la ovulación, ayudando al mantenimiento de la lactancia y al espaciamiento de los embarazos.
- La leche que se produce en la noche tiene más compuestos necesarios para el desarrollo cerebral y más melatonina que provoca el sueño, ayuda a desarrollar el ritmo día-noche en el bebé y disminuye los cólicos.
Dormir con el bebé es beneficioso pues facilita el amamantamiento, mejora su estabilidad respiratoria y su temperatura, además de reducir el estrés y el llanto; aumenta la comunicación recíproca y refuerza el vínculo afectivo y el apego. También favorece el descanso de la madre que amamanta, porque, aunque los despertares son frecuentes, son más cortos que con la lactancia artificial.
Existen algunas circunstancias en las que NO se recomienda dormir con el bebé en la misma cama:
- De los padres: obesidad o hábito de fumar, haber tomado bebidas alcohólicas, drogas o medicamentos que produzcan somnolencia;
- De los bebés: alimentación artificial con fórmula, exceso de abrigo y posición boca abajo o dejarlo desatendido;
- Del lugar donde se duerme: superficies inseguras como los sofás o camas blandas o con presencia de declives o hendiduras; uso de edredones y almohadas, cojines, juguetes o muñecos de peluche que puedan sofocar al bebé.
En esas situaciones de riesgo, o si los padres tienen temor o no desean dormir con el bebé, este puede dormir en una cuna adosada a la cama de los padres, o separada, pero en la misma habitación.
En ningún caso se recomienda obligar a los niños a dormir solos, dejándolos llorar porque les causa un estrés excesivo, que puede ser muy dañino para su salud emocional, tanto en lo inmediato, como en el futuro, por lo que se debe desalentar.
En resumen, el sueño infantil y la lactancia se relacionan estrechamente. Es normal que los niños despierten frecuentemente para mamar, de día y de noche, eso contribuye a su óptimo crecimiento y desarrollo. Dormir con el bebé facilita y prolonga la lactancia, favorece el descanso de la madre, además de fortalecer el apego y el vínculo. Si existen factores de riesgo o temor, el bebé puede dormir en una cuna adosada a la cama o en una cuna convencional, pero en la misma habitación de los padres.
Milagro Raffo Neyra
Pediatra y Neonatóloga
RNE N° 3755